viernes, 16 de septiembre de 2011

Infancia (9) Infancia indígena

"En cada continente, desde las verdes profundidades de la cuenca amazónica hasta los extremos helados de la tundra ártica, los niños que crecen en comunidades indígenas aprenden las habilidades y valores que durante generaciones han hecho posible la supervivencia de sus pueblos."

En esta entrada homenajeamos algunas de las otras infancias -ni mejores ni peores, sólo distintas a las nuestras- que en el mundo son. A través de las bellas imagenes publicadas por Survival nos acercamos a las infancias de los pueblos indígenas que aún subsisten en algunos lugares del mundo, a pesar de los gobiernos y empresas que codician la tierra y los bosques en los que viven y para los que sólo son un estorbo más a quitarse de encima. Mientras, ellos aún juegan (y trabajan)
en sus comunidades como siempre han hecho allí los niños.

"Estamos aquí por nuestros hijos"

En Mongolia, a los niños tsaatanes se les enseñan las ancestrales habilidades para el pastoreo de sus padres agrupando a los renos en las praderas.


Los niños bosquimanos reciben arcos y flechas de juguete para que cacen ratas y pequeñas aves, y se les enseña cómo matar liebres o hacer mantas con la piel de un oryx. A los cinco años, las niñas ya ayudan a sus madres a recolectar plantas, bayas y tubérculos. Los pequeños aprenden a ser valientes pero humildes, y se les enseña que la generosidad es motivo de admiración y que el egoísmo no gusta. (En la imagen, niños bosquimanos, Botsuana).Al igual que otros niños indígenas, los jóvenes mokenes aprenden a “leer” la naturaleza a través de la experiencia y la observación. Han desarrollado una habilidad única para enfocar la vista bajo el agua, lo que les permite sumergirse para buscar comida en el lecho marino. (En la imagen, niños mokenes en las islas Surin, Tailandia).Bajo el cielo gris oscuro, entre las hierbas y los árboles de espinas del valle del Omo, en Etiopía, un chico del pueblo indígena bodi lleva a su cabra en brazos. Las tribus que habitan en las riberas del bajo Omo han desarrollado prácticas agrícolas que se adaptan intrincadamente a los ciclos de la crecida del río, y usan el rico cieno que las aguas depositan en las orillas al retirarse para cultivar diversos productos. (En la imagen, un niño bodi, Etiopía)


Los niños yanomamis aprenden a “leer” las huellas de los animales, usan la savia de las plantas como veneno y trepan a los árboles atando sus pies con lianas. Las niñas, por su parte, ayudan a sus madres a cultivar productos como la mandioca o yuca en sus huertos, llevar agua desde los ríos y cocinar en el “yano” comunal. Todos los niños aprenden que compartir es un pilar fundamental de la vida social y las decisiones de la comunidad se adoptan por consenso. (En la imagen, niño yanomami, Brasil).

Es posible que en el futuro los niños penanes se vean en la indigencia, si el Gobierno de Malasia no pone fin a todos los proyectos que se llevan a cabo en sus territorios sin el consentimiento de los indígenas. (En la imagen, niña penan en una barca de juncos, Sarawak, Malasia).
La deforestación sin fin que afecta a Mato Grosso do Sul, en el sur de Brasil, ha convertido las tierras ancestrales de los guaraníes en una región seca y sin árboles, de haciendas de ganado, campos de soja y plantaciones de caña de azúcar. “Quiero que los niños sean como eran antes, cuanto todo estaba bien”, dice un agente sanitario guaraní. (En la imagen, niños guaraníes, Brasil).Se desplazan de noche por la selva amazónica con antorchas de resina. Son los awás, uno de los dos únicos pueblos indígenas nómadas y cazadores-recolectores que quedan en Brasil. En la actualidad los awás están cada vez más amenazados por los madereros, los colonos y los ganaderos. Imágenes por satélite muestran que más del 30% de la selva en uno de sus territorios ya ha sido destruida. (En la imagen, un niño awá-guajá y un mono, Brasil).Su expulsión de sus tierras ancestrales ha tenido como resultado desempleo, problemas de salud crónicos como la diabetes y tasas récord de suicidio y consumo de drogas, como la gasolina esnifada, entre los niños innus. Si se les pide que describan cómo es crecer en los campos de reasentamiento, los jóvenes innus responden una y otra vez: “Nos hace avergonzarnos de ser innus”. (En la imagen, niños innus, Davis Inlet, Canada).Ser un dongria kondh es vivir en las colinas Niyamgiri, en el estado indio de Orissa. Ser la empresa británica Vedanta Resources es tener un interés comercial en el depósito de bauxita valorado en 2.000 millones de dólares que yace bajo la montaña que los dongrias reverencian como su dios. “¿A dónde iremos nosotros, los niños? ¿Cómo sobreviviremos?”, se preguntaba un niño dongria kondh al contemplar la posibilidad de tener que abandonar su hogar. “No, no nos rendiremos. ¡No abandonaremos nuestra montaña!”. (En la imagen, niño dongria kondh, Orissa, India).Es necesario un mundo en el que los niños indígenas sean libres de vivir en sus territorios de la forma que elijan. Y esto empieza con el reconocimiento de dos derechos humanos fundamentales: a la tierra y a la autodeterminación. (La imagen muestra a un grupo de niños aborígenes jugando en Pitjantjatjara, Australia).

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