jueves, 29 de mayo de 2014

Amor (16) 'In the mood for love', de Wong Kar-Wai




Para nuestra decimosexta entrada sobre el amor, sus infinitas caras, aristas y manifestaciones emocionales y artísticas traemos a nuestro blog una de las mejores películas de lo que llevamos de siglo, una de las más sutiles, elegantes, hipnóticas y emocionantes de amor y desamor que ha narrado el séptimo arte, una pequeña maravilla del gran director de cine hongkonnés Wong Kar-Wai. Una delicada obra maestra para disfrutar cada cierto tiempo, pues lo importante no es el argumento sino cómo la historia de estos dos amantes no-amantes se desarrolla y cómo es filmada, cómo cada secuencia, cada plano que la componen es una sensual pieza de orfebrería que nos revela cada vez algo nuevo sobre el cine, el amor y el deseo. Bienvenida a nuestro blog, 'In the mood for love'. VER ONLINE VK 



Deseando Amar (Dut Yeung Nin Wa) - Wong Kar-Wai (2000)

Sinopsis: Hong Kong, 1962. Chow, redactor jefe de un diario local, se muda con su mujer a un edificio habitado principalmente por gentes de Shanghai. Allí conoce a Li-zhen, una joven que acaba de instalarse en el mismo edificio con su esposo. Ella es secretaria de una empresa de exportación y su marido está continuamente de viaje de negocios. Como la mujer de Chow también está casi siempre fuera de casa, Li-zhen y Chow pasan cada vez más tiempo juntos y se hacen muy amigos. Un día, ambos descubrirán que sus respectivos cónyuges los están traicionando.


"Wong Kar-Wai se supera a sí mismo y entrega una de las películas más memorables de los últimos años. Un melodrama sencillo, cotidiano, pero narrado con un arrojo inusitado, con una perfección formal inimaginable en el cine contemporáneo. (...) Con mimbres livianos, la película se convierte, gracias a la pasión de su director, en una profunda reflexión, casi susurrada, sobre las relaciones personales, la amistad y el amor. Una maravilla." Miguel Ángel Palomo: Diario El País

Exquisita sensibilidad, cine sensitivo e inteligencia emocional

FilmAffinity 9 de Julio de 2007


Ni la propia cámara de Wong Kar-Wai se atreve a mirar a los ojos de nuestros protagonistas. Quizá por miedo a quebrar cada susurro, cada mirada furtiva que no encuentra respuesta, cada plano de exquisita tensión sexual y doloroso hálito de pasión que se escapa sin tan siquiera haber tenido ocasión de llegar. La composición de esta sublime obra maestra responde a una sensibilidad de poeta inusual en el mundo del cine actual. Su delicada y exquisita banda sonora envuelve unas imágenes que apenas rozan la pantalla, un hombre y una mujer que sin decirse más que cuatro palabras hacen que sintamos todo aquello que quieren decirse y ocultarse... sin que apenas abran la boca, sin que les veamos besarse una sóla vez, tratando de que nadie les descubra, sin saber que sólo los espectadores somos testigos de su dolor, de su yaga solitaria que cura macerando en el seno de su propio infortunio. 

Por eso Kar-Wai Wong oculta su objetivo entre cortinas, graba reflejos a través de cristales, muestra trazos de amantes sin su otra mitad; porque no quiere inmiscuirse en algo que tan sólo debieran compartir ellos dos, algo espinoso y de triste solución que se les escapa sin que puedan hacer nada por evitarlo, pues no se sienten dueños de ese destino caprichoso que les voltea la vida por completo. Pura poesía audiovisual, virtuosismo de dirección y escuela de interpretación. Los dos actores protagonistas rozan la perfección, pues su actuación nace de una química mutua sólo comparable a la simbiosis necesaria para dar con la idea y el tono exactos que el director tenía en mente. La cinta, a partir de un sencillo guión, se convierte en una experiencia más allá del cine, de arte sensorial estructurado en torno a la música y a las imágenes, cuya suma de sus preciosas partes dan lugar a algo tejido y entrelazado con la fibra de los sentimientos velados que emana dolorosamente a través de sus fotogramas. Kar-Wai se sabe en todo momento conocedor de ese punto exacto donde las emociones fluctúan entre la contención y la visceralidad, y nunca se digna a traspasar una frontera que sería de no retorno para ambos protagonistas. Por eso nunca muestra en pantalla ningún roce que nos invite a pensar en algo parecido al sexo, a la consumación de su amor, ni tan siquiera un beso... nos deja que pensemos lo que queramos de aquel furtivo encuentro, de aquellas horas interminables escribiendo, paseando a solas... pero nunca revela nada.


Quiere con ello guardar el secreto de un amor inesperado que ambos desearían no desear tan ardientemente, por el que jamás llegan a luchar de manera abierta, superados por un miedo que no está más allá de ellos mismos, pero al que no tienen el valor suficiente de hacer frente. Al final, cuando él intenta regresar, ya es demasiado tarde, y lo más triste es que intuimos que él ya lo sabía desde el principio. Porque desde un principio sabemos que al final, todo lo deseado más que vivido, quedará relegado a esa intimidad de un muro de piedra perdido entre las ruinas de Camboya, donde cualquier secreto o pasión hiriente pudieran descansar en el letargo momificado del olvido, a pesar de que el olvido abandonado sea un dulce y melancólico veneno que mine lentamente la vida de quien deseó amar pero nunca se atrevió a hacerlo.


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